jueves, 10 de febrero de 2011

Para voltear al cielo.

Los últimos dos meses han dado una revolución completa a mi vida. Ahora salgo a la calle con una visión muy distinta de las cosas y cuando veo a la gente pasar, me pregunto si ellos sufrieron este cambio que tan bien me ha caído.

Verán, desde que Ofiuco se abrió paso entre los doce signos zodiacales, todo ha sido distinto; casi perfecto, me atrevería a decir. No comprendo cómo es que pasé dos décadas y una vida, contemplándome bajo el signo de un cornudo marítimo -cosa que supongo no era tan mala; además de los cuernos, el símbolo que representa al animal (no se desvirtúen, por favor), es húmedo de la cintura para abajo; y lo que es mejor, con la cola de una Sirena: si dudan de la eficacia de las antes mencionadas, sólo hace falta leer la Odisea y advertirse de que sus gritos pueden ser mortales, y más si se producen a unos centímetros de distancia (digamos, a la distancia de una lengua y una oreja).

Ahora, los dolores -que en un momento consideré flemáticos pero también pasó por mi mente, una osteoporosis juvenil (con eso de que ahora existen los jóvenes de la tercera edad, he quedado totalmente desvirtuado con respecto a las edades)- de rodillas, muñecas, tobillos y hombros de los cuales sufrí mucho tiempo, desaparecieron en un parpadear lunar. Mi flexibilidad se potenció -cosa que más que atribuirla a los astros, la atribuyo a las horas en tugurios, donde seguramente asimilé las bellezas de extensiones musculares interminables por mero acto de mímesis- y además de esto, ¡ya no tengo miedo al amor!

Sé que este cambio ha sido productivo: dejar de ser pesimista para convertirme en un renovado predicador del positivismo, la modestia y el buen humor, me permitirá arrancar -como lo pidió el poeta a Satanás- un par de hojas totalmente negras, de mi carnet de cliente frecuente avernal -nótese mi disposición a los cambios, que hasta me doy el placer de aviolentar el lenguaje.

Con respecto a cosas de carácter más social, me da gusto no ser supersticioso; de otra manera, creería que todo esto es una farsa y en gran pretexto para volver a llevar la vista al cielo y contemplar una constelación que ha estado allí por más de veinte siglos. Después de todo, a los posmodernos, hay que engañárseles con innovaciones que han estado ahí desde siempre, y si el precio que se debe pagar para que el ciudadano promedio vuelva a pensar que existe algo allá arriba capaz de señalarles el destino: que así sea.

Por los siglos de los siglos, amén.

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